miércoles, 18 de marzo de 2015

LA MANO DE ESCAYOLA

Mi madre siempre ha sido una mujer de recursos y desde luego imaginación nunca le ha faltado.

Recuerdo que cuando era niña y estudiaba en preescolar, nos mandaron llevar a clase una figurita de escayola para pintar y regalársela a nuestras madres en la famosa fecha marcada como  "El corte Inglés dice que hoy es el Día de la Madre".

Yo, que nací con la cabeza a las tres de la tarde a pesar de venir al mundo a las ocho de la mañana de un lunes (ahí, con energía para empezar la semana), pues supongo que se me fue un poco el asunto de las manos y cuando avisé a mi madre de que necesitaba la dichosa figurita para pintarla al día siguiente y regalársela (vaya sorpresón ¿eh?), nos vimos, o mejor dicho ella se vio, apurada de tiempo con una tarde de por medio para encontrarla.

No sé cuántas vueltas dimos porque nunca tuve las piernas muy largas y con cinco años menos aún, así que cualquier recorrido se convertía en una maratón. El caso es que la búsqueda se convirtió en toda una odisea, con figuras de escayola que se escapaban al paupérrimo presupuesto con el que contábamos por entonces y con la única tienda que mostraba en su escaparate nuestra salvación, con el cartel de CERRADO.

Ante la urgente necesidad de que su hija, la de las piernas cortas con la cabeza a las tres de la tarde, llevara a clase lo que le habían pedido, mi madre, tras llegar a casa ya casi de noche cerrada, tuvo una idea brillante.

Su solución fue sencilla: cogió la caja de hacer plasta de escayola para arreglos de pared, hizo la correspondiente masa en cantidades industriales para haber podido moldear todo un belén  y... LLENÓ UN GUANTE DE COCINA CON ELLA.

Para que el invento cuajase, nunca mejor dicho, decidió que lo mejor era colgar el guante del tendedero de la terraza. Me pregunto que pensarían los vecinos del barrio al ver en el primer piso un guante de cocina solitario y aparentemente lleno de algo, prendido por un par de pinzas y expuesto a las inclemencias del tiempo. Yo lo miraba, cómo decirlo, dudosa... con esa cara que se me pone cuando me intentan convencer de algo que no estoy segura de que vaya a acabar bien. Pero aún así, bueno, con suerte al día siguiente tendría tarea para clase, aunque solo consistiera en pintar la mano de color carne y hacerle la manicura. Que digo yo, que vaya regalo... "toma mamá, una mano de escayola, para el mueble del salón, ala, felicidades".

Nadie podría haber previsto, o al menos no lo pensamos, el resultado que derivaría del experimento, puesto que a la mañana siguiente, cuando mi madre fue a recogerlo, se encontró con que el peso de la masa había deformado el guante engordándolo hasta límites insospechados y, además, la humedad de las noches sevillanas no había permitido que se secara del todo. Lo desmoldó como pudo, y con mucho cuidado lo puso en una caja ¿o fue una bolsa? no sé, es igual, pero me lo dejó preparadito para que yo me lo llevara a clase.

Y así fue como llegué al colegio, viendo como mis compañeros llevaban todos unas magníficas figuritas de escayola de payasitos, de virgencitas, parejas de enamorados que se sonreían, muñequitas con sombreros moñas y toda una variedad de adornos inútiles. Mientras, allí estaba yo, sentada en mi pupitre y observando preocupada esa mano de escayola tamaño natural al más puro estilo Botero que amenazaba con desmoronarse inminentemente.

Creo que la profesora disimuló bastante mal su impresión ante semejante situación y ante la aberrante escultura que se erguía delante de mí, porque su cara era toda una revelación de incredulidad. Aún así, qué iba a hacer... pues darme las pinturas y enseñarme cómo conseguir color carne mezclando colores.

Craso error, lo de pintarla fue un craso error. Entre la humedad que le quedaba todavía a la mano de Hulk y el mojadito de la pintura, cuando quise darme cuenta a la mano ya le faltaban dos dedos. En ese momento tenía en frente lo que parecía la mano de un hippie (gordo) en el festival de Woodstock haciendo el símbolo de "te quiero" hacia sus ídolos musicales. La analogía con el significado del regalo que estaba preparando no habría quedado mal sino fuera porque cuando ya salía de clase a las dos de la tarde, a penas si le quedaba un dedo vivo a la maldita mano de escayola.

Nada más cruzar la calle la tiré a la basura... mi madre lamentaba el suceso. Había hecho todo lo que podía, pero era evidente que no había nada que salvar de ese trabajo y era absurdo conservarlo. Lo que ella no sabe es que curiosamente, el día de la madre, el regalo me lo hizo ella mí, porque creo que podría morirme contando esta historia y seguiría riéndome tanto como cuando sucedió. Bueno no, mentira, cuando sucedió no me reí, pero gracias a ella y a ese día de desilusión, tengo carcajadas para lo que me queda de vida.

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