El
viernes 27 de marzo era la fecha indicada, las entradas compradas desde
principios de febrero; el lugar, una famosa sala de Sevilla, (no hago publi
gratis) y hacia allí me dirigí con mis
hermanos para poder disfrutar del concierto de Gritando en Silencio presentando
su tercer álbum "La edad de mierda".
No se
trataba de un concierto cualquiera., porque no sólo íbamos a escuchar al mejor
grupo de Rock del panorama nacional (sí, lo son, y que nadie me lo discuta, ¡hombre
ya!), íbamos a ver a nuestros compañeros
de instituto convertidos en auténticos ídolos musicales. Para mí, en el caso de
Marcos, no sólo un compañero de instituto más, sino un amigo, de los de verdad,
de los que están ahí por más que pasen los años y se alarguen las distancias.
Nada más llegar empecé a alucinar. Nada tenía que
ver aquello con la última vez que los vimos, en esa misma sala, años atrás.
Había un montón de gente en la cola, pero no sólo eso, la edad media del
público había bajado notablemente, y ya no sólo nos encontrábamos allí los de
siempre, los de la treintena (algunos sólo estamos rozándola, ¿ehh?) , sino que
había cantidad de gente joven, nuevas generaciones que habían tenido la suerte
de desarrollar un buen gusto musical.
Aquello
para mí ya supuso un descubrimiento altamente gratificante y nos añadimos a la
fila como unos fans más. Justo antes de entrar nos encontramos con Marcos,
allí, junto con sus colegas de fatigas. Tres discos en la calle, conciertos a
mansalva y miles de kilómetros recorridos por todo el país, no habían cambiado
para nada a unos tíos auténticos, que seguían mezclándose entre la gente como
si la cosa no fuera con ellos, ajenos a los comentarios de los que iban
entrando: "¡esos son los Gritando en Silencio!".
Alegría
es poco para describir lo que sentí al ver de nuevo a mi pequeño rockero.
Charlamos un rato todos juntos y cuando llegó la hora accedimos al local, no
sin antes pedirle que me firmara mi ejemplar de "La edad de mierda"
(que no puede faltar en vuestras discografías, hacedme caso).
Una de
las sorpresas de la noche fueron los teloneros, los Carroña. Los madrileños
tenían al público en el bolsillo dando caña encima del escenario con unos temas
que nos contagiaron a todos.
Tras
ellos llegó el momento que habíamos estado esperando. Gritando en Silencio
saltaba al escenario y la sala, abarrotada de gente, se volvió loca. Me busqué
el hueco ideal, subida en un poyete de un lateral para no perderme detalle.
Aquello fue una pasada, la sala vibraba con cada acorde de guitarra, con cada
golpe de baqueta y la voz de Marcos iba filtrándose por nuestros oídos llevando
el rock directamente hasta nuestras venas.
No sé
describir bien esa sensación; recordar en un segundo los primeros conciertos en
el Politécnico, en el patio de un instituto que tenía el privilegio de ser
testigo de los primeros albores del grupo, un grupo que sabíamos desde el
primer momento que los escuchamos que llegarían lejos. Muchos años habían
pasado ya desde entonces , y ahora estábamos allí, entre una multitud de gente
que coreaba a voz en grito las letras de las canciones, que enloquecía con el
sonido de las guitarras eléctricas, bailando como posesos empujados por la
música. Desde mi posición era testigo de todo eso y no podía dejar de alucinar.
Lo habían conseguido. Y yo no podía sentirme más orgullosa, más feliz, que de
ver a Marcos disfrutando en su tierra haciendo lo que siempre había querido
hacer.
Perdí la voz... cantando... los temas nuevos y más
aún los de discos anteriores, algunos de los cuales había escuchado por primera
vez cuando no eran más que una maqueta grabada en acústico con el micro de un
ordenador. Me desgañité, flipé, reí y si
hubiera tenido lágrimas habría llorado de emoción. Con "Rutina en las venas" llegué al culmen
de la euforia; la canción que tengo rayada en el disco de tanto escucharla,
incluso juraría que en el mp3 del coche. Fue un regalo de dos horas de música
en directo, indescriptible, sencillamente, había que estar ahí para vivirlo, y
estábamos, como no podía ser de otra forma.
Pero no
sólo nosotros; los amigos de siempre también estaban allí y volvimos a
reencontrarnos después de tanto tiempo gracias a Marcos, Santos, Jorge y
Alberto y a su música. Un abrazo emotivo
con todos ellos, con Lope, con Juan el "Mirke", con Javi; colectivo entre mis hermanos y yo con nuestro
singular amigo el "Mononoke", culpable de ese magnífico videoclip de
presentación del single "Más allá del Horizonte", con Aurora, la
compañera de vida de Marcos, una tía increíble que me tiene convencida de que
no hay mejor mujer para él.
Al
final la cosa se enredó, la noche lo merecía y nadie puso pegas. No había mejor
plan después de ese magnífico concierto que perdernos todos juntos por las
calles del centro de Sevilla, y como no... ir cerrando los bares.
Amigos, emociones, risas, recuerdos y rock&roll. Para mí queda esa gran noche inigualable, porque después de lo vivido con esta tropa, "el mundo puede irse al carajo que va a cogerme con dos copas..."